domingo, 26 de septiembre de 2010

CRÓNICA DE UN GUERRERO III

Uno de mis enemigos, integrante de la guerrilla, contó asombrado entre sus seguidores, que yo, puse gigantescos y enceguecedores reflectores que les impidieron ubicarme, años después se supo que tales reflectores no existieron, yo soló tenía pequeñas bombillas, atribúyanle una vez más, a la divinidad de Dios tal acontecimiento.



El triunfo de la revolución fue el 19 de septiembre de 1979, me trasladé a Honduras a pie, enmontañado, tardé un mes en llegar, mi familia daba por hecho que yo había muerto, supe tiempo después por mi esposa, algo que me asombrara hasta el día de mi muerte, dice mi mujer que ella vivió el pesar de la niña que una noche despertó gritando y diciendo “mi Papá está muerto” para luego detenerse y decir “un momento no está muerto, está vivo” “esta en un monte, muy triste”, aquello era cierto, yo estaba en efecto pasando tristezas en una montaña, lluvias torrenciales, sin comer, y perdidos, cuenta mi Esposa que la familia esa noche lloró como nunca, por la visión de mi niña.

Una vez que llegué a Honduras todos mis soldados tomaron cada cual su rumbo, aun lloro la muerte de dos de mis más fieles, a los que, no les cegó la vida una bala, pero si, el hambre que pasaron en esa montaña, ese dolor me lo llevaré conmigo hasta la tumba.



En los primeros días de Septiembre envié a mi familia una carta, en ella les daba instrucciones para venir a Honduras y encontrarse aquí conmigo después del las fiestas patrias, llegaron en Septiembre del año 1979, ya en Octubre mi niña cumplió sus primeros tres añitos de edad.



Estando aquí en Honduras, me entregué a Dios, militar retirado y sin volver a probar una copa de licor, eduqué así a mi hija. Aquí termina parte de mi historia y comienza la de mi tierna, la niña de mis ojos, mi única hija, mi amada Azucena.

En Honor a la Memoria de mi Padre.




@zumusik@l-Azucena Rojas